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Fondo de Cultura Económica, México, (e.o., 1956/1987), pp. 12-18.
CHARLES WRIGHT MILLS (28 de agosto de 1916, Waco (Texas) - 20 de
marzo de 1962, West Nyack, (Nueva York), Sociólogo y filósofo
estadounidense. Propugnó que los sociólogos no debían ser meros
observadores de la realidad, sino que debían aceptar su responsabilidad
social. Profundizó en la tradición de Marx-Weber y añadió el concepto de
estatus al de clase. Autor de W hite collar. Las clases medias en Norteamérica (1951), La elite del poder (1956), La imaginación sociológica (1959), Poder, política y pueblo
(1963). "The Power Elite" fue editado en 1956 y a más de cincuenta años
de publicado su lectura es de suma importancia para comprender la
actualidad del poder.
CAP. 1: "LOS ALTOS CÍRCULOS"
La verdad acerca de la naturaleza y el poder de la
minoría no es ningún secreto que los hombres de negocios saben pero no
dicen. Esos hombres sustentan teorías totalmente distintas acerca de su
papel en la sucesión de acontecimientos y decisiones. Con frecuencia se
muestran indecisos acerca de su papel, y aún con mayor frecuencia
permiten que sus temores y esperanzas influyan en la estimación de su
propio poder. Por grande que sea su poder real, tienden a tener de él
una conciencia menos aguda que de la resistencia de los otros a usarlo.
Además, la mayor parte de los hombres de negocios
norteamericanos han aprendido bien la retórica de las relaciones
públicas, en algunos casos hasta el punto de usarla cuando están a
solas, llegando a creer en ella. La conciencia personal de su papel que
tienen los actores es sólo una de las varias fuentes que hay que
examinar para comprender a los círculos sociales superiores. Pero muchos
de los que creen que no hay tal minoría, o en todo caso que no hay
ninguna minoría de cierta importancia, apoyan su argumentación en lo que
los hombres de negocios piensan de sí mismos, o por lo menos, lo que
dicen en público.
Pero hay otra opinión: quienes creen, aunque sea
vagamente, que ahora prevalece en los Estados Unidos una minoría de gran
importancia, con frecuencia basan esa opinión en la tendencia histórica
de nuestro tiempo. Han experimentado, por ejemplo, el predominio de los
acontecimientos militares, y de ahí infieren que los generales y los
almirantes, así como otras personas decisivas influidas por ellos, deben
ser enormemente poderosos. Creen que el Congreso ha abdicado de nuevo
en un puñado de hombres decisivos y claramente relacionados con la
cuestión de la guerra o la paz.
Saben que se arrojó la bomba sobre el Japón en
nombre de los Estados Unidos de América, aunque nadie les consultó en
ningún momento sobre el asunto. Advierten que viven en tiempos de
grandes decisiones, y saben que ellos no toman ninguna. En consecuencia,
puesto que consideran el presente como historia, infieren que debe
haber una minoría poderosa, que toma o deja de tomar decisiones, en el
centro mismo de ese presente.
Por una parte, los que comparten esta opinión
acerca de los grandes acontecimientos históricos, suponen que hay una
minoría y que esa minoría ejerce un poder muy grande. Por otra parte,
los que escuchan atentamente los informes de hombres que manifiestamente
intervienen en las grandes decisiones, no creen, con frecuencia, que
haya una minoría cuyos poderes tengan una importancia decisiva.
Hay que tener en cuenta ambas opiniones, pero
ninguna de ellas es suficiente. El camino para comprender el poder de la
minoría norteamericana no está únicamente en reconocer la escala
histórica de los acontecimientos ni en aceptar la opinión personal
expuesta por individuos indudablemente decisivos. Detrás de estos
hombres y detrás de los acontecimientos de la historia, enlazando ambas
cosas, están las grandes instituciones de la sociedad moderna. Esas
jerarquías del Estado, de las empresas económicas y del ejército
constituyen los medios del poder; como tales, tienen actualmente una
importancia nunca igualada antes en la historia humana, y en sus cimas
se encuentran ahora los puestos de mando de la sociedad moderna que nos
ofrecen la clave sociológica para comprender el papel de los círculos
sociales más elevados en los Estados Unidos.
En la sociedad norteamericana, el máximo poder
nacional reside ahora en los dominios económico, político y militar. Las
demás instituciones parecen estar al margen de la historia moderna y,
en ocasiones, debidamente subordinadas a ésas.
Ninguna familia es tan directamente poderosa en los
asuntos nacionales como cualquier compañía anónima importante; ninguna
iglesia es tan directamente poderosa en las biografías externas de los
jóvenes norteamericanos como la institución militar; ninguna universidad
es tan poderosa en la dirección de los grandes acontecimientos como el
Consejo Nacional de Seguridad. Las instituciones religiosas, educativas y
familiares no son centros autónomos de poder nacional; antes al
contrario, esas zonas descentralizadas son moldeadas cada vez más por
los tres grandes, en los cuales tienen lugar ahora acontecimientos de
importancia decisiva e inmediata.
Las familias, las iglesias y las escuelas se
adaptan a la vida moderna; los gobiernos, los ejércitos y las empresas
la moldean, y, al hacerlo así, convierten aquellas instituciones menores
en medios para sus fines. Las instituciones religiosas suministran
capellanes para las fuerzas armadas, donde se les emplea como medios
para aumentar la eficacia de su moral para matar. Las escuelas
seleccionan y preparan hombres para las tareas de las empresas de
negocios y para funciones especializadas en las fuerzas armadas. La
familia extensa ha sido, desde luego, disuelta hace mucho tiempo por la
revolución industrial, y en la actualidad el hijo y el padre son
separados de la familia, por la fuerza si es necesario, siempre que los
llame el ejército del Estado. Y los símbolos de todas esas instituciones
menores se usan para legitimar el poder y las decisiones de los tres
grandes.
El destino vital del individuo moderno no sólo
depende de la familia en que ha nacido o en la que entra por el
matrimonio, sino, cada vez más, de la empresa en que pasa las horas más
despiertas de sus mejores años; no sólo de la escuela en que se ha
educado cuando niño y adolescente, sino también del Estado, que está en
contacto con él durante toda la vida; no sólo de la iglesia en que de
vez en cuando oye la palabra de Dios, sino también del ejército en que
es disciplinado.
Si el Estado centralizado no pudiera confiar en las
escuelas públicas y privadas para inculcar sentimientos de lealtad
nacionalista, sus líderes buscarían enseguida el medio de modificar el
sistema educativo descentralizado. Si el índice de quiebras entre las
quinientas empresas mayores fuera tan elevado como el índice general de
divorcios entre los treinta y siete millones de parejas casadas,
constituiría una catástrofe económica de proporciones nacionales. Si los
individuos de los ejércitos les entregaran de sus vidas no más de lo
que los creyentes entregan a las iglesias a que pertenecen, eso
constituiría una crisis militar.
Dentro de cada uno de los tres grandes, la unidad
institucional típica se ha ampliado, se ha hecho administrativa y, en
cuanto al poder de sus decisiones, se ha centralizado. Detrás de estos
acontecimientos está una tecnología fabulosa, porque, en cuanto
instituciones, se han asimilado esa tecnología y la guían, aunque ella a
su vez informa y marca el ritmo a su desenvolvimiento.
La economía -en otro tiempo una gran dispersión de
pequeñas unidades productoras en equilibrio autónomo- ha llegado a estar
dominada por dos o trescientas compañías gigantescas, relacionadas
entre sí administrativa y políticamente, las cuales tienen conjuntamente
las claves de las resoluciones económicas.
El orden político, en otro tiempo una serie
descentralizada de varias docenas de Estados con una médula espinal
débil, se ha convertido en una institución ejecutiva centralizada que ha
tomado para sí muchos poderes previamente dispersos y ahora se mete por
todas y cada una de las grietas de la estructura social.
El orden militar, en otro tiempo una institución
débil, encuadrada en un contexto de recelos alimentados por las milicias
de los Estados, se ha convertido en la mayor y más costosa de las
características del gobierno, y, aunque bien instruida en fingir
sonrisas en sus relaciones públicas, posee ahora toda la severa y áspera
eficacia de un confiado dominio burocrático.
En cada una de esas zonas institucionales, han
aumentado enormemente los medios de poder a disposición de los
individuos que toman las decisiones; sus poderes ejecutivos centrales
han sido reforzados, y en cada una de ellas se han elaborado y apretado
modernas rutinas administrativas.
Al ampliarse y centralizarse cada uno de esos
dominios, se han hecho mayores las consecuencias de sus actividades y
aumenta su tráfico con los otros. Las decisiones de un puñado de
empresas influyen en los acontecimientos militares, políticos y
económicos en todo el mundo. Las decisiones de la institución militar
descansan sobre la vida política así como sobre el nivel mismo de la
vida económica, y los afectan lastimosamente. Las decisiones que se
toman en el dominio político determinan las actividades económicas y los
programas militares. Ya no hay, de una parte, una economía, y de otra
parte, un orden político que contenga una institución militar sin
importancia para la política y para los negocios. Hay una economía
política vinculada de mil maneras con las instituciones y las decisiones
militares. A cada lado de las fronteras que corren a través de la
Europa central y de Asia hay una trabazón cada vez mayor de estructuras
económicas, militares y políticas. Si hay intervención gubernamental en
la economía organizada en grandes empresas, también hay intervención de
esas empresas en los procedimientos gubernamentales. En el sentido
estructural, este triángulo de poder es la fuente del directorio
entrelazado que tanta importancia tiene para la estructura histórica del
presente.
El hecho de esa trabazón se pone claramente de
manifiesto en cada uno de los puntos críticos de la moderna sociedad
capitalista: desplome de precios y valores, guerra, prosperidad
repentina. En todos ellos, los hombres llamados a decidir se dan cuenta
de la interdependencia de los grandes órdenes institucionales. En el
siglo XIX, en que era menor la escala de todas las instituciones, su
integración liberal se consiguió en la economía automática por el juego
autónomo de las fuerzas del mercado, y en el dominio político automático
por la contratación y el voto. Se suponía entonces que un nuevo
equilibrio saldría a su debido tiempo del desequilibrio y el rozamiento
que seguía a las decisiones limitadas entonces posibles. Ya no puede
suponerse eso, y no lo suponen los hombres situados en la cúspide de
cada una de las tres jerarquías predominantes.
Porque dado el alcance de sus consecuencias, las
decisiones -y las indecisiones- adoptadas en cualquiera de ellas se
ramifican en las otras, y en consecuencia las decisiones de las alturas
tienden ya a coordinarse o ya a producir la indecisión de los mandos. No
siempre ha sido así. Cuando formaban el sector económico innumerables
pequeños empresarios, por ejemplo, podían fracasar muchos de ellos, y
las consecuencias no pasaban de ser locales; las autoridades políticas y
militares no intervenían. Pero ahora, dadas las expectativas políticas y
los compromisos militares, ¿pueden permitir que unidades claves de la
economía privada caigan en quiebra? En consecuencia, intervienen cada
vez más en los asuntos económicos y, al hacerlo, las decisiones que
controlan cada uno de los órdenes son inspeccionadas por agentes de los
otros dos, y se traban entre sí las estructuras económicas, militares y
políticas.
En el pináculo de cada uno de los tres dominios
ampliados y centralizados se han formado esos círculos superiores que
constituyen las elites económica, política y militar. En la cumbre de la
economía, entre los ricos corporativos, es decir, entre los grandes
accionistas de las grandes compañías anónimas, están los altos jefes
ejecutivos; en la cumbre del orden político, los individuos del
directorio político; y en la cumbre de la institución militar, la elite
de estadistas -soldados agrupados en el Estado Mayor Unificado y en el
escalón más alto del ejército. Como cada uno de esos dominios ha
coincidido con los otros, como las decisiones tienden a hacerse totales
en sus consecuencias, los principales individuos de cada uno de los tres
dominios de poder -los señores de la guerra, los altos jefes de las
empresas, el directorio político- tienden a unirse, a formar la minoría
del poder de los Estados Unidos.
Con frecuencia se piensa de los altos círculos que
constituyen y rodean esos puestos de mando en relación con lo que poseen
sus individuos: tienen una parte mayor que las otras gentes de las
cosas y experiencias más altamente valoradas. Desde este punto de vista,
la minoría está formada simplemente por quienes tienen el máximo de lo
que puede tenerse, que generalmente se considera que comprende el
dinero, el poder y el prestigio, así como todos los modos de vida a que
conducen esas cosas.
Pero la minoría no está formada simplemente por los
que tienen el máximo, porque no "tendrían el máximo" si no fuera por
sus posiciones en las grandes instituciones.
Pues esas instituciones son las bases necesarias
del poder, la riqueza y el prestigio, y al mismo tiempo los medios
principales de ejercer el poder, de adquirir y conservar riqueza y de
sustentar las mayores pretensiones de prestigio.
Entendemos por poderosos, naturalmente, los que
pueden realizar su voluntad, aunque otros les hagan resistencia. En
consecuencia, nadie puede ser verdaderamente poderoso si no tiene acceso
al mando de las grandes instituciones, porque sobre esos medios
institucionales de poder es como los verdaderamente poderosos son, desde
luego, poderosos. Altos políticos y altos funcionarios del gobierno
tienen ese poder institucional; lo mismo hacen los almirantes y los
generales, y los principales propietarios y directores de las grandes
empresas. Es cierto que no todo el poder está vinculado a esas
instituciones ni se ejerce mediante ellas, pero sólo dentro ya través de
ellas puede el poder ser más o menos duradero e importante.
También la riqueza se adquiere en las instituciones
y mediante ellas. No puede entenderse la pirámide de la riqueza sólo
teniendo en cuenta a los muy ricos; porque, como veremos, las familias
dueñas de grandes herencias están complementadas ahora por las
instituciones corporativas de la sociedad moderna: cada una de las
familias muy ricas ha estado y está estrechamente conectada -siempre
legalmente y con frecuencia también desde cargos directivos- con una de
las empresas multimillonarias de dólares.
La sociedad moderna por acciones es la primera
fuente de riqueza, pero, en el capitalismo reciente, también el aparato
político abre y cierra muchos caminos hacia la riqueza. La cuantía y la
fuente del ingreso, el poder sobre los bienes de consumo así como sobre
el capital productivo, están determinados por la posición dentro de la
economía política. Si nuestro interés por los muy ricos va más allá de
su consumo pródigo o miserable, debemos examinar sus relaciones con las
formas modernas de propiedad corporativa y con el Estado; porque esas
relaciones determinan ahora las oportunidades de los individuos para
obtener gran riqueza y percibir grandes ingresos.
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